Gaza y el hambre como arma

Agosto 12, 2025 / Perspectivas

La comida como coacción: Gaza y el hambre como arma

Antonio Barrera. Fundador y CEO de Singular Foods.

Antonio Barrera es diseñador estratégico y de sistemas, curador que entiende la alimentación como una herramienta de diseño, transformación y conexión, articulando proyectos que unen creatividad, innovación y cambio social.

En las guerras, hay armas que no hacen ruido. No dejan un cráter visible ni levantan columnas de humo, pero matan igual.

Entre ellas está el hambre. En Gaza, la comida —ese gesto ancestral de compartir pan y alimentar a los nuestros— se ha convertido en un instrumento de control, una herramienta de castigo, un mensaje político envuelto en harina y desesperación.

Las imágenes se repiten: colas interminables para recibir harina o lentejas, camiones de ayuda bloqueados, mercados reducidos a escombros. Y no es casual. En el asedio moderno, la logística alimentaria es tan estratégica como cualquier operación militar. No se trata solo de privar de nutrientes, sino de decidir quién come, cuándo y cómo. La comida deja de ser derecho para convertirse en moneda de poder.

No es nuevo. Desde los asedios medievales hasta las hambrunas provocadas del siglo XX, el hambre ha sido una táctica de guerra. Pero verlo en pleno siglo XXI, con la tecnología para alimentar al planeta y tratados internacionales que prohíben expresamente usar el hambre como arma, no es solo inhumano: es un fracaso colectivo.

En Gaza, además, el ataque no se limita al cuerpo. Cada plato palestino —hummus, maqluba, knafeh— lleva en sí memoria, tierra, familia. Cuando se destruyen los huertos, se arrasan los mercados o se impide el acceso a ingredientes básicos, no solo se mata el presente; se erosiona una identidad que se transmite a través de recetas y mesas compartidas. El hambre física viene acompañada de un hambre de pertenencia, de continuidad, de dignidad.

Decía la antropóloga Margaret Mead que “la primera herramienta de la civilización es una cuchara”. Tal vez por eso duele tanto ver cómo, en lugar de cucharas, se levantan muros; cómo el pan, que debería unir, se convierte en pólvora.

Usar la comida como coacción no es solo un crimen contra un pueblo: es un crimen contra la idea misma de humanidad. En un mundo interconectado, mirar hacia otro lado es permitir que la guerra también nos robe nuestra mesa común.

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