Giorgio A. De Ponti

Conversaciones desde dentro del ecosistema Singular Foods

Voces es una nueva sección donde queremos escuchar a las personas que dan forma a Singular Foods. No se trata de títulos ni de logros, sino de personas, visiones y pequeñas revoluciones cotidianas. Aquí hablamos de lo que no siempre se cuenta… pero marca la diferencia.

Socio Director de Singular Foods en nuestra oficina de Milán y Director Global de Diseño Estratégico. Desde 2022, Giorgio De Ponti ha colaborado con Singular Foods organizando encuentros con Food Design Festival y participando como ponente en distintas ediciones, además de asesorar a la compañía en aspectos relacionados  con el retail y el food retail. Desde finales 2024, Giorgio se incorpora como Socio Director para el desarrollo de Singular Foods en Italia y hacerse cargo de la estrategia comercial en Europa. Además, es nuestro embajador de Food Design Festival para hacerlo realidad próximamente en el país transalpino. Giorgio es profesor asociado de Diseño de Productos y especializado en Food Design en el Politécnico de Milán, miembro del profesorado del Máster en Diseño para la Alimentación de Polidesign (PoliMi) y profesor visitante en la Universidad de Palermo, la Universidad de Ciencias Gastronómicas de Pollenzo (UNISG), la Universidad USEK y la Universidad Libanesa de Beirut.

¿Cuál es tu rol dentro de Singular Foods y cómo suena cuando lo cuentas en una cena con amigos?

Más allá del título, me gusta decir que mi trabajo consiste en imaginar y dar forma al futuro de la alimentación desde el diseño. Como Socio Director en Italia y Director Global de Diseño Estratégico, mi rol es tender puentes entre creatividad, tecnología y cultura gastronómica. Lo emocionante es poder transformar la innovación en experiencias concretas: desde nuevos materiales comestibles hasta formatos de retail y hospitalidad que cambian nuestra relación con la comida. Lo que me inquieta, en positivo, es la magnitud del reto: estamos rediseñando sistemas que afectan no solo a productos, sino también a comportamientos sociales y modelos de sostenibilidad.

Si fueras cliente de tu propio equipo, ¿qué te sorprendería gratamente?

Creo que lo que más sorprendería es nuestra capacidad de pensar a diferentes escalas al mismo tiempo. Podemos trabajar en un detalle material —cómo se comporta un biopolímero en contacto con un alimento— y al mismo tiempo en una narrativa cultural que conecta esa innovación con un mercado global. No ofrecemos solo consultoría o diseño de producto: ofrecemos visión estratégica y un lenguaje propio que traduce la complejidad en experiencias accesibles y deseables. Eso no es fácil de encontrar en otro lugar.

¿Qué hacéis que deja huella y no solo marca?

La diferencia está en que no buscamos únicamente “identidad” sino impacto cultural. Nuestros proyectos no se limitan a diseñar un packaging o un espacio; intentan provocar un cambio en la manera de entender la comida, de consumirla, de compartirla. Dejamos huella cuando una innovación se convierte en conversación, cuando activa a otros actores —productores, chefs, diseñadores, consumidores— para sumarse a un cambio de paradigma. Eso es más duradero que una simple marca.

¿Dónde se nota tu mano en el estudio, incluso si no firmas el resultado?

Mi huella suele estar en la estructura estratégica del proyecto. Muchas veces no aparece mi nombre, pero sí el mapa de prioridades, la narrativa que ordena las decisiones o la metodología que conecta disciplinas distintas. Me interesa ese trabajo invisible: que un equipo pueda dialogar con claridad, que las ideas encuentren una dirección común, que la estética y la función no se contradigan sino se potencien. Eso es lo cotidiano, lo colectivo, y allí es donde me siento más útil.

¿Qué proyecto te ha cambiado a ti, además de cambiar algo ahí fuera?

Un punto de inflexión fue trabajar en los proyectos de design desarrollados para el food retail, como la iniciativa Healthy, seleccionada en el ADI Design Index. Ese proyecto no solo buscaba innovar en términos de diseño alimentario y salud, sino que me obligó a mirar la comida como un acto de responsabilidad colectiva. Comprendí que diseñar alimentos o sistemas de consumo no es simplemente crear algo atractivo o funcional, sino influir en los hábitos, en la salud de las personas y en la sostenibilidad del planeta. Ese proceso me cambió porque unió tres dimensiones que antes tenía más separadas: diseño, bienestar y cultura. A partir de ahí, empecé a ver cada nuevo proyecto no como un objeto aislado, sino como una oportunidad para generar impacto social y ambiental real.

¿Qué te inspira últimamente?

Últimamente me inspira mucho mi trabajo como profesor en el Politécnico de Milán, especialmente la energía y la creatividad de mis estudiantes. Su manera de cuestionar lo establecido, de proponer ideas frescas y de mirar la relación entre diseño y alimentación sin prejuicios me obliga a repensar constantemente mis propios enfoques. Cada taller o proyecto académico se convierte en un laboratorio vivo, donde las preguntas son tan valiosas como las respuestas. Esa curiosidad juvenil, unida a su capacidad de imaginar futuros posibles, es una de las fuentes de inspiración más potentes que tengo hoy en día, y me recuerda que la innovación nace del aprendizaje compartido.

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