Food Design en perspectiva para entender sus límites

19 Diciembre, 2025 / Perspectivas

Food Design: lo que aprendimos, lo que nunca fue y lo que aún defendemos

Antonio Barrera. Fundador y CEO de Singular Foods.

Food Design ha sido un espacio fértil para imaginar, provocar y humanizar nuestra relación con la comida. Ha abierto conversaciones necesarias, ha conectado disciplinas y ha puesto sensibilidad donde antes solo había técnica o mercado. Pero el sistema alimentario ha cambiado más rápido que la disciplina que pretendía transformarlo.

Después de estos últimos seis años trabajando desde dentro, entre festivales, territorios, industria, academia y comunidad, esta es mi mirada de lo que el Food Design ha aportado, a lo que no ha logrado construir y al punto de inflexión en el que se encuentra hoy.

Food Design: lo que fue, lo que aportó y por qué necesita evolucionar.

Desde 2019 he vivido el Food Design desde dentro: festivales, laboratorios, aulas, territorios, empresas, instituciones y comunidades creativas en Europa y Latinoamérica.

Seis años de ilusión, talento, hallazgos, contradicciones, ruido y silencios. Seis años suficientes para mirar esta disciplina con cariño y también con exigencia.

Y hoy puedo decir que el Food Design ha sido necesario, pero ya no basta. Inspiró conversaciones. Abrió puertas. Humanizó miradas.

Pero no construyó estructuras. No generó capacidad operativa. No logró dialogar de forma sostenida con el sistema alimentario.

Un problema de origen: demasiados significados para una sola palabra.

Durante demasidos años, Food Design significó cosas muy distintas:

  • estilismo
  • performance
  • poética gastronómica
  • investigación académica
  • sensibilidad culinaria
  • experimentación cultural

He visto demasiadas contradicciones. Demasiadas voces que banalizaban sobre qué es y qué no es Food Design. Demasiada retórica irrelevante para un contexto industrial y empresarial que vive al margen de todo esto.

Sin una definición compartida ni un marco profesional claro, la disciplina creció en amplitud, pero no en profundidad. Y eso limitó su impacto real.

La academia aportó reflexión, pero no estructura.

La academia ayudó a pensar, a nombrar y a legitimar el Food Design. Pero el sistema alimentario necesitaba algo más: herramientas, metodologías, procesos y procedimientos, modelos de servicio y negocio, impacto operativo.

Ahí la distancia fue evidente: no sirve formar talento en una disciplina que el mercado ni reconoce ni demanda. Antes de capacitar, hay que construir necesidad. Sin demanda, la formación queda huérfana.

La academia no falló por no generar mercado (no es su rol obviamente), sino por algo más grave: quiso apropiarse de una disciplina profesional y traducirla a sus propios códigos.

La academizó, la normativizó y la retuvo. Y al hacerlo, le negó justo lo que necesitaba para madurar: autonomía, riesgo y contacto directo con la práctica y el mercado. Y una disciplina que no se suelta, no crece.

Una confusión que ha pasado factura (y sigue pasándola).

Durante años, al calor del término Food Design, aparecieron también oportunistas, discursos vacíos y perfiles que hicieron de su capa un sayo.

Personas y proyectos que aprovecharon la ambigüedad del campo para posicionarse rápido, ganar visibilidad o construir relatos inflados, en su propio beneficio y en perjuicio directo de la disciplina.

Proliferaron publicaciones, contenidos y plataformas que contribuyeron a banalizar el concepto, mezclando sin criterio estética, gastronomía, innovación superficial y marketing, y presentándolo todo bajo el paraguas del Food Design.

Mucho ruido y poca sustancia.

A esto se suma algo todavía más problemático: ingenieros, tecnólogos y otros perfiles técnicos que, sin formación ni práctica en Diseño, se autodenominaron food designers.

No es una cuestión menor.

Cuando alguien sin bagaje en diseño estratégico, diseño de servicios o diseño sistémico se coloca al frente de procesos creativos complejos, el resultado suele ser confusión, decisiones mal orientadas y proyectos que no funcionan.

Y, de nuevo, el descrédito recae sobre el Food Design, ese paraguas que sirve para todo y aguanta todo (sic).

Conviene decirlo sin rodeos: durante años, demasiada gente se llamó food designer sin ejercer Diseño.

Y conviene recordarlo con una analogía sencilla: trabajar con comida no convierte automáticamente a nadie en diseñador, igual que trabajar con madera no convierte a cualquiera en carpintero o hacer planos, no convierte a cualquiera en un delineante o, mucho menos, en arquitecto.

Ser food designer implica ejercer Diseño como disciplina, con método, visión, criterio, responsabilidad profesional y capacidad para liderar procesos creativos complejos.

Aclarar esto no excluye. Ordena.

Y ordenar es imprescindible para frenar la apropiación indebida del término, proteger el valor real del Diseño y permitir que el Food Design pueda evolucionar con la madurez que el sistema alimentario exige hoy. 

Los pioneros abrieron el camino, pero el sistema avanzó más rápido.

Los grandes nombres del Food Design internacional fueron esenciales para abrir imaginarios y despertar interés global. Sin ellos, esta disciplina no existiría.

Pero la práctica se quedó demasiado tiempo orbitando alrededor de esas intuiciones iniciales, mientras el planeta, la industria y la tecnología aceleraban.

No es una culpa individual. Es una consecuencia colectiva.

Nosotros también fuimos parte del ruido. Lo celebramos, lo empujamos y lo amplificamos. Ese ruido fue necesario para crear comunidad, abrir conversaciones, conectar territorios y dar visibilidad.

Pero hoy el contexto exige otra cosa. Exige claridad, estructura y capacidad de impacto.

El Food Design necesita recolocarse en el tablero y operar a otra escala para evolucionar hacia otros planos y asumir responsabilidad real.

El sistema alimentario ya no necesita más discursos bienintencionados. Necesita estrategia, servicios, operaciones, gobernanza, escalabilidad e impacto medible.

El futuro no está en añadir nuevas etiquetas ni en estirar una disciplina hasta vaciarla de sentido. El Diseño ya ha atravesado este punto de inflexión otras veces.

Ocurrió cuando el Diseño Gráfico dejó de ser solo forma para convertirse en Diseño de Comunicación.

Cuando el Diseño Industrial tuvo que incorporar procesos, sistemas y cadena de valor.

Cuando el UX/UI entendió que la experiencia no se diseña solo en la interfaz, sino en el servicio completo.

Y cuando el Service Design asumió que sin operaciones, gobernanza y viabilidad, el diseño se queda en intención.

Hoy, Food Design está exactamente en ese mismo momento.

Su valor como capa humanista, cultural y narrativa sigue siendo imprescindible: traduce sistemas complejos, conecta a las personas con la alimentación y construye sentido. Pero, tal y como ha operado hasta ahora, ahí se agota su aportación. Más allá de ese rol, hoy ya no suma.

Desde mi punto de vista, el futuro del Food Design está en el cruce entre Diseño Estratégico, Diseño Sistémico, Diseño de Servicios (Service Design) y Diseño de Operaciones (DesignOps)

Ese cruce es el único capaz de hablar el idioma del sistema alimentario contemporáneo. Y, sobre todo, de ofrecer soluciones que las industrias puedan entender, implementar y sostener en el tiempo.

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